martes, 16 de agosto de 2016

Cuestión 8b – Testimonios romanos y judíos sobre Jesús y los cristianos.




1.  PLINIO, el Joven, en el año 112. 91
En el año 111, el emperador Trajano envió a Bitinia -provincia del Asia Menor- un legado suyo, el procónsul Plinio el Joven. Este trans­mitió una carta al emperador Trajano interrogándole sobre la conduc­ta a tener con los Cristianos. Plinio declara que la investigación que ha llevado a término le ha mostrado que el cristianismo es una gran supers­tición. Por lo que respecta a las prácticas cristianas existe un único punto significativo: "se reúnen antes de salir el sol, cantan himnos a Cristo, como si fuese dios" [essent soliti stato die ante lucem convenire carmenque Christo quasi deo dicere] (Ep. X, 96,7)92. Este texto atesti­gua, de forma neta, el culto a Cristo pero no precisa más. La expresión Christo quasi deo parece indicar que, para él, Cristo no era un dios como los que adoraban los otros hombres. No sin razón, ya hace años el escri­tor judío J. Klausner subrayó el notable valor de esta carta como docu­mento sobre el cristianismo en cuanto movimiento religioso. Es evi­dente, a su vez, que el texto no es independiente de la tradición cristiana primitiva, ya que fue a través de interrogatorios a cristianos como Plinio el Joven conoció lo que comunica a Trajano93.

2. TÁCITO, hacia el año 115
Se trata de un testimonio romano más explícito, nada favorable a los cristianos, en ocasión del incendio de Roma del año 64, en el cual explica que: "para cortar de raíz este rumor (de que Nerón había incen­diado Roma), pretextó unos culpables: personas odiadas por sus deli­tos, y a quienes el pueblo llamaba cristianos. Y los entregó a los más refinados castigos. El fundador de este nombre, Cristo, había sido eje­cutado, bajo el gobierno de Tiberio, por el procurador Poncio Pilato. Pero la detestable superstición (exitiabilis superstitio), reprimida por el momento, volvió a resurgir" (Annales XV: 44,4s.). Es de suponer que Tácito no verificó lo que dice sobre Cristo y Poncio Pilato, dado el tono despreciativo con el que habla de la "detestable superstición" de los cristianos. Probablemente se remite a relatar lo que los cristianos mis­mos afirmaban y recuerda tres hechos históricos de peso: la ejecución de Jesús por un suplicio romano; el procurador Poncio Pilato; y el ori­gen judío del nuevo movimiento religioso94.

3. SUETONIO, hacia el año 120
En su Vida de Nerón, Suetonio menciona la persecución de los cris­tianos, pero no dice nada sobre qué reclamaban. En su Vida de Claudio habla marginalmente de la expulsión de los judíos de Roma y señala que Claudio: "expulsó de Roma a los judíos que, bajo el influjo de Chrestos, no cesaban de agitarse" (ludaeos impulsare Chresto assidue tumultuantis Roma expulit: XXV,11). Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan este mismo decreto: "Pablo encontró en Corinto un judío llamado Áquila, que acababa de llegar de Italia a causa de un edicto de Claudio que ordenaba a todos los judíos que se alejasen de Roma" (Hech 18,2). Áquila es considerado un judío discípulo de Jesús. La insurrección de la cual habla Suetonio y que tiene origen en un "cierto Chrestos", ¿no podría reflejar una querella interna de la comunidad judía de Roma donde los partidarios y los adversarios de Cristo se oponían? La iden­tificación de Chrestos con Cristo es común actualmente, ya desde E. Renán (1869), seguido por M. Goguel en campo protestante, J. Klausner en campo judío, L. Duchesne y P. Battifol, entre los historiadores católicos clásicos95.

4. FLAVIO JOSEFO: un escritor judío habla de Jesús
Tácito, Suetonio y Plinio hablan de Cristo, en cambio el judío Flavio Josefo habla de Jesús siendo el primer y más importante "testi­go" de la vida y de la actividad de Jesús. Ahora bien, ¿lo cita una o dos veces? Veamos en primer lugar, la cita que no comporta dificultad, texto redactado entre el 93/94:
"Después de la muerte del procurador Festus (año 62) y antes que su sucesor Albinus llegase, el gran sacerdote Anan reunió un Consejo ante el cual hizo presentar Santiago, hermano de Jesús, llamado el Cristo y algunos otros. Le acusó de haber vio­lado la Ley y les condenó a ser apedreados" (Ant 20: IX,1).
Precisamente en la epístola a los Gálatas, Pablo habla de "Santia­go, hermano del Señor" (1,19). Normalmente se piensa que se trata del mismo personaje que se encuentra en Hech 12,17; 15,13 y 21,1896. Pero el interés de este primer texto de Josefo es su mención de Jesús. Pero ¿quién era este Jesús? Esto nos lleva al escrito más famoso de Flavio Josefo, conocido comúnmente como el Testimonium Flavianum. Pocos textos históricos han sido más frecuentemente citados, más apasiona­damente rechazados y denunciados como falsedad literaria, o defen­didos con fuerza y editados con cuidado, que el llamado Testimomum Flavianum, un breve texto que habla sobre Jesús en Antiquitates Judaicae XVIII, 4.397.
Tal como afirma el judío S. Pines, editor de la versión árabe de este texto, si es auténtico, contendría el testimonio más antiguo sobre Jesús, escrito por un hombre que no era cristiano98. Tal afirmación, escrita en 1971, tiene una gran importancia y ha replanteado de nuevo este impor­tante testimonio, ya que hasta entonces parecía muy difícil, por análi­sis interno, que fuera auténtico. De hecho el descubrimiento de S. Pines aporta una respuesta a ciertas aporías que presenta el texto de Josefo más conocido. En efecto, existe otra recensión diferente del Testimonium que poseemos, que se encuentra en una obra árabe del siglo X, la Historia Universal de Agapius, obispo melkita de Hierápolis en Siria. Veamos ahora el texto original propuesto y en paréntesis recogeremos los complementos del texto tradicional del Testimonium Flavianum:
"En esta época vivía un hombre sabio, llamado Jesús [si se le puede llamar un hombre], cuya vida era perfecta y realizó obras admirables (='paradoxon'): sus virtudes fueron reconocidas y muchos judíos y paganos se hicieron discípulos suyos [era el Mesías-Cristo]. Pilato le condenó a la muerte en cruz [los que lo habían amado durante su vida no lo abandonaron después de su muerte]. Los que eran discípulos predicaron su doctrina. Afirmaron que se les había aparecido como viviente después de tres días de su pasión [se les apareció como viviente y resucitado al tercer día, tal como los santos profetas habían predicho que rea­lizaría milagros. Es de él, donde los Cristianos que encontramos aún ahora, han sacado su nombre}. Quizá era el Mesías acerca del cual los profetas habían contado tantas maravillas... Y hasta hoy día existe la comunidad de los cristianos que se denominan así en referencia a él".
Pueden advertirse notables diferencias, así no se encuentra la frase "si se le puede llamar un hombre"; no se dice que "se les apareció" sino que "afirmaron que se les había aparecido"; no se añade que "era el Mesías-Cristo", sino que "quizá era el Mesías-Cristo". Como se pue­de observar estos puntos son los que precisamente creaban dificultad para aceptar la autenticidad de este Testimonium Flavianum. Es por esto que la hipótesis del historiador judío S. Pines parece verosímil y es significativa para la imagen de Jesús de Nazaret en el ámbito judío, no cristiano.
En efecto, el texto de Flavio Josefo confirma, no solo la historici­dad de Jesús, sino que a su vez atestigua que entre los mismos judíos gozaba de reputación como hombre sabio y virtuoso. Además mues­tra que Josefo conocía la fe de los cristianos en la resurrección. Un punto final es interesante tener en cuenta: mientras el texto tradicio­nal implicaba a los judíos notables en la condena de Cristo, la versión árabe -probablemente la más original- ¡carga toda la responsabilidad en solo Pilato!99.
En definitiva, aparte del testimonio más relevante de Flavio Josefo, lo que los escritores romanos citados nos dicen sobre Jesús es bastan­te reducido, y si exceptuamos Tácito, tan solo nos muestran la exis­tencia de comunidades de creyentes que se referían a Cristo. La pobre­za de estos datos tiene también sus analogías. Así, por ejemplo, Herodoto habla de la religión de los persas sin nombrar Zoroastro, y Dión Casio narra la revuelta judía bajo Adriano sin escribir el nombre de Bar Kojeba. Es evidente, además, que antes que una religión sea un acontecimiento histórico visible, los historiadores no pueden hablar del fundador de esta religión, y esto para el cristianismo no sucedió hasta el primer tercio del siglo II. Por esta razón, aunque "es poco" cuanti­tativamente lo hallado, podemos afirmar ya "es mucho" para la con­firmación de la existencia histórica de Cristo100.
Concluyendo, pues, y a pesar de su austeridad, las noticias de estos autores sobre Jesús -especialmente Tácito y, sobre todo, Flavio Josefo- nos confirman su historicidad y permiten controlar distintas datos de la tradición cristiana primitiva que se pueden resumir así:
  1. Un cierto "Cristo", originario de Judea, que realizaba mila­gros ["obras admirables": flavio JOSEFO], fue ejecutado por el procurador Poncio Pilato (años 26-36,) bajo el principado de Tiberio [cf. TÁCITO; flavio josefo] ;
  2. Hacia el año 50, los judíos en Roma se querellaron bajo el nom­bre de Chrestos [cf. SUETONIO];
  3. En el año 64, Nerón persiguió y ejecutó seguidores del Cristo [cf. tácito y suetonio];
  4. Hacia el 93/94, existía la comunidad de los "cristianos" en referencia Cristo [cf. FLAVIO JOSEFO];
  5. En el año 112, hubo una investigación sobre las actividades de los cristianos: se reunían un cierto día a la semana para cantar himnos a Cristo y para compartir la cena en común [cf. PLINIO el Joven].


Notas
91.    Cf. estos autores con los textos citados en, R. Penna, Ambiente histórico-cultural de los orígenes del cristianismo, Bilbao 1994, 295-351, y, más brevemente, P.M. Beaude, Jesús de Nazaret, Estella 1988, 11-18.
92.       Plinio el Joven, Cartas, Madrid 1917, 175.
93.       Cf. J. Klausner, Jesús de Nazaret (1907), Buenos Aires 1971, 58s.; cf. la sínte­sis de G. Theissen, El Jesús histórico, 100-102; sobre la relación con la Eucaristía, cf. J. Jeremías, La última cena, Madrid 1980,146.
94.    Cf. el texto en, Tácito, Anales XI-XVI, Madrid 1986, 244s., n" 471; sobre la validez de este texto, cf. J.P. Meier, Un judío marginal 1, 109-111.110, donde subraya que es "obviamente auténtico".
95.       Cf. el texto en, Suetonio, Vidas de los doce Césares II, Madrid 1968,102s.; cf. la expresión "cristianos" (Hech 11,26; 26,28; 1 Pe 4,16) la cual en el manuscrito Sinaítico de primera mano se lee Chrestianoi y en el manuscrito Vaticano consta como Crístianoi.
96.    Cf. J. Cantinat, Introducción crítica al Nuevo Testamento II, Barcelona 1983, 78-83; P. Winter, Jesús y Santiago según Josefo en, E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús I, Madrid 1985, 550-567.
97.    Cf. la síntesis sobre su interpretación reciente de, L. García Iglesias en, Intro­ducción general a Flavio Josefo, Autobiografía. Contra Apíón, Madrid 1994,58-62 (El "testimonium Flavianum"), y C. Vidal, El judeo-cristianismo palestino en el siglo I, Madrid 1995,36-46.
98.    An Arabic Versión ofthe Testimonium Flavium and its Implications, Jerusalén 1971, 5; cf. R.E. Brown/J.P. Meier, Antioch and R.ome, New York 1983, 100-102.
         99. Cf. la comparación realizada por el mismo S. Fines, An Arabic Versión, 14-73.72, y que concluye así: "According to this hypothesis Jesús was described by Josephus (just as he was by Matthew 1,16) as ho légamenos cbristós not only because his adhe-rents considered that this title was rightfully his, but also because at that time everyo-ne, both adherents and oponents, knew that this was a cognomen peculiar to Jesús"; A.M. Dubarle, Le témoignage dejosephe sur Jesús d'aprés la tradition indirecte: RB 80 (1973) 481-513; Le témoignage dejosephe sur Jesús d'aprés des publications recentes: RB 84 (1977) 38-58.58, donde aporta el testimonio de un nuevo texto árabe, Kttab al-Kafi de un autor del siglo XIII, próximo a Alejandría, que sigue el texto antiguo cuyo valor estaría en que "nous reseigne done, sur la notoriété de Joséphe chez les chrétiens de Syrie"; cf. la presentación de los textos en, AA.VV, Flavio Josefo, Estella 1982, y, sobre todo, el análisis detallado y reciente de J.P.Meier, Un judío marginal 1, 79-108.
100. Cf. M.J. Harris, References to Jesús in Early Classical Autbors en, D. Wenham (ed.), The Jesús Tradition Outside the Gospels: Cospel Perspectives 5, Sheffield 1984,343-368; la síntesis actualizada de C.A. Evans, Jesús in non-cbrístian sources en, B. Chilton/ C.A. Evans (eds.), Studying the Histórica! Jesús, Leiden 1994,442-478, y G. Stanton, ¿La verdad del evangelio?, Estella 1999, 167-173.




Tomado de S. Pié-Ninot, La Teología Fundamental, Secretariado Trinitario, Salamanca, 2001, pp. 361–365.




Cuestión 8: el acceso histórico a Jesús de Nazareth




Cristología Fundamental
Jesucristo y el Hombre: la credibilidad de Jesús de Nazareth.[1]

La Cristología Fundamental está inserta en la reflexión de la Teología Fundamental y busca dar respuesta a las preguntas que nacen alrededor de la persona de Cristo: ¿Quién es Jesús? ¿Por qué Dios se hizo hombre? ¿Jesús ha existido verdaderamente?... Busca responder a un por qué y así fundamentar la credibilidad en Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios. Estas razones son válidas también para el diálogo con un no creyente.
La Iglesia a lo largo de la historia, mantuvo su reflexión sobre la figura de Cristo como signo y mediador. Él es el centro de la fe y de la Revelación Cristiana. El Concilio Vaticano II dio un aporte importante para ampliar esta reflexión renovando el planteo de la centralidad de la figura de Cristo, no solo como Revelador, sino también como cumbre de la Revelación (DV 2 y 4). Jesús es personal, concreto, pero el mismo tiempo es universal, porque es una Persona Divina. Él es la Palabra universal y definitiva del Padre al mundo.
Para fundamentar su por qué, la Cristología Fundamental emprende un estudio-búsqueda que se puede dividir en cuatro partes: [2]

  1. Introducción teológico-epistemológica: es decir, ¿qué podemos saber desde la fe sobre Jesús como signo, mediador y plenitud de la Revelación Divina?
  2. La memoria de Jesús: es decir, analizar los recuerdos sobre Jesús que conservó la comunidad apostólica, teniendo en cuenta las tres etapas que nos recuerda DV 19 (Jesús, los Apóstoles, los evangelistas). Esto se realiza a través de un estudio histórico, utilizando fuentes de distintos testimonios, como también de ámbitos extracristianos y extrabíblicos.
  3. El testimonio de la Pascua: mostrar la credibilidad de la resurrección de Jesucristo a través de los testimonios históricos de los hechos, las apariciones, textos bíblicos, etc.
  4. El misterio de Cristo: profundizar la importancia de Jesús para el hombre y para la sociedad.

En este resumen sólo consideraremos los dos primeros temas, particularmente el segundo.


1. Introducción teológico-epistemológica

Para empezar esta reflexión sobre Jesucristo, vamos a recurrir a los textos conciliares en particular DV 2: “la verdad intima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación de Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda revelación.” Y a través de una lectura atenta del texto bíblico podemos aclarar estas dos definiciones de Jesús:
– MEDIADOR: Cristo es el Hijo amado, en el cual Dios se complace, es aquel que da a conocer y realiza la voluntad del Padre. Jesús es a la vez el mensajero y el contenido del mensaje de la salvación. Y, por ser verdadero hombre, puede ser mediador competente, hablándonos en lenguaje humano.

Cuestíón 7. ¿Por qué creer en Jesús (y no en Buda, Confuncio, u otro)?



Los rasgos originales e incomparables de Jesús de Nazareth.[1]

   El filósofo contemporáneo Karl Jaspers escribió un libro en el cual habla de: “Los hombres decisivos: Sócrates, Buda, Confucio, Jesús.”
  Pero si los analizamos, vemos que ninguno de ellos se manifiesta como “Hijo de Dios”, ni siquiera como un enviado de Dios.
   Sócrates fue un hombre muy sabio que poseyó conocimientos profundos sobre la persona humana. Bajo los estratos del saber superficial o sólo aparente de otros y de sí mismo pudo poner al descubierto la profunda ignorancia de la perso­na que distingue a ésta de lo divino; y ello en virtud de una inspiración sobrenatural, que le permitía detectar lo recto y verda­dero. Se podría llegar a decir que fue una especie de “profeta”, fuera de la Revelación bíblica. Pero él nunca afirmó de sí mismo que fuera otra cosa que un “filósofo”: justamente es él quien inventa esta palabra, y que podría traducirse como: “uno que ama y busca la sabiduría”... pero no la tiene completamente (con este concepto criticaba a los “sofistas”: los que se llamaban a sí mismos “sabios” y –muchas veces– no eran más que charlatanes). Es más: la frase más conocida de Sócrates es: “lo único que sé, es que no sé nada”. Con todo lo cual, vemos que  Sócrates no intenta siquiera formar una religión natural, ni nada parecido.
   Buda tampoco tiene pretensiones divinas, ni quiere fundar una religión. Ni siquiera habla de Dios... mucho menos, se le ocurre afirmar que él sea Dios, o su enviado suyo. Lo que al Buda lo obsesiona es el problema del dolor humano, y propone un camino de autodisciplina y espiritualidad para huir de la experiencia del dolor. El Buda es tan solo un ejemplo, un guía y un maestro para aquellos seres que deben recorrer la senda por su cuenta y lograr el despertar espiritual. El sistema budista de filosofía y práctica meditativa no fue una revelación divina, sino más bien una “iluminación espiritual” (“buda” significa “iluminado”). El Buda propone “cuatro nobles verdades” que quieren conducir a la persona a un estado de “nirvana” (“apagamiento”: nirvana procede de nirvuto: “apagado”), estado en el cual, la persona ya no sufre, pues se ha fundido con el Absoluto y ha desaparecido definitivamente en ese Absoluto.
   Confucio, por su parte fue una especie de ministro de Justicia, que quiere establecer una sociedad justa basada en principios filosófico-políticos. Se planteó cambiar las costumbres de China por lo que realizó una intensa campaña educativa, complementada con la escritura y edición de cuatro libros de carácter moral con los que muestra el camino de la sabiduría y la moderación. Consiguió un buen número de adeptos que extendieron sus ideas. El sistema filosófico-político planteado por Confucio está basado en la necesidad del estudio de los textos canónicos y en la bondad, medios imprescindibles para el perfeccionamiento moral del individuo. Por lo cual, Confucio es fundador de un sistema ético –no religioso– basado  sobre la justicia y la convivencia en armonía. Lejos de la mística y de las creencias religiosas, el confucionismo se propone como una filosofía práctica, como un sistema de pensamiento orientado hacia la vida y destinado al perfeccionamiento de uno mismo. El objetivo, en último término, no es la "salvación", sino la sabiduría y el autoconocimiento.

   Al contrario de todos los anteriores, Jesús afirmó de sí mismo que era el Hijo de Dios y Dios mismo (cf. Mt 22, 41–46); se adjudica también ese carácter divino al modificar la ley de Dios (que sólo Dios, entonces puede modificar) (cf. Mt 5, 21–48); y también se atribuye a sí mismo el poder divino de perdonar los pecados, cosa nunca vista en el mundo, ni siquiera en el Antiguo Testamento (allí, los más grandes hombres –Abraham, Moisés, Elías– no sólo no pretenden tener ese poder, sino que piden perdón a Dios por sus propios pecados).
   Además, sólo de Jesús se afirma que resucitó y, como veremos en el punto 2.3. del programa, podemos tener un acceso indirecto, pero convincente, a la realidad de su resurrección.



[1] A. Leonard, Razones para creer, Herder, Barcelona, 1990; pp. 92-111 (capítulo 6: la figura incomparable de Jesús).